sábado, 23 de julio de 2011

Capítulo 4: ¡Cuidado México, ahí viene Kiku!

Un día lluvioso, y el pobre de Kiku no se daba abasto en sortear las calles inundadas, la basura flotante, mocosos que usaban las calles como alberca personal, entre otras tantas particularidades, que solamente suceden al mismo tiempo en casa de México.

Completamente mojado hasta los calzones, un poco maloliente y sucio, tocó la puerta de la casa del mexicano, manteniendo su perfil tipo “me ves serio, pero soy friki de clóset” [¿?].

¿México-san se encuentra en casa? —exclamó para sí, siguiendo con los toquidos.

Creyendo que no había nadie, optó por volver hacia su lancha [que era el único medio de transporte en ésos momentos, dada la inundación al mejor estilo Veneciano [¿?]], un grito terrorífico se alcanza a escuchar, pudiendo jurar que lo oiría Yao sin problemas.

¡Ya voy, cómo chingan la madre a cada rato, y…!—vociferaba un muy encabronado moreno, abriendo la puerta, quedándose estático al mirar al japonés. — ¿…Tío Kiku? —solamente atinó a preguntar eso, ahora sabiendo que se lo iba a cargar la chingada. — ¡N-No es que siempre sea un malhablado, ni que tampoco grite como charro loco, es que…! —intentó disculparse, rascando su nuca con evidente nerviosismo.

Más tarde te daré clases de lenguaje y buenos modales, jovencitosentenció con seriedad el asiático. —Pero por el momento, buenas tardes, sobrino —reverenció como tal, a pesar de la incesante lluvia. — ¿Qué, no me vas a ofrecer entrar a tu casa, y un cambio de ropas, México-san? — sonrió el menor, pero se podía vislumbrar la fiereza de tigre en sus gestos.

¡C-Claro, no sé en qué ando pensando, tío! —rió nervioso. — ¡Pasa, pasa! ¡Estás en tu casa!-le cedió el paso, buscando afanosamente una toalla para que se limpiara. — ¡Caray, estás peor que cuando llegaste por primera vez a mi casa, parecías rata ahogada, y…! —no terminó su frase, porque cierto nipón le aplicó una colleja de monja.

No es necesario que entres en detalles del pasado, Nikté-san —finalmente le soltó, solamente porque necesitaba quitarse un poco aquélla desagradable sensación.

¡Ya suéltame, tío! ¡Me rindo, me rindo! —se quejaba el desgraciado oji-rojo, sobándose la zona pellizcada. — Ya, no lo volveré a mencionar —sonrió un poco masoquista [¿?].

Espero que lo recuerdes, México-san—suspiró largamente. — ¿Cómo ha estado Fu sang-san estos días? —preguntó, usando el viejo nombre que usaban en Oriente para referirse a México.

Pues bien, no me quejo, más que por los problemas de siempre —exhaló, yendo hacia la cocina. — ¿Quieres algo de beber, tío? —ofreció.

Eso es un poco triste de escuchar Fu sang-san… —susurró, reflejando un semblante de preocupación. — Lo que puedas ofrecer está bien —asintió, escudriñando con la mirada cada centímetro de la casa.

Todo estaba en un completo desorden, y podía jurar que la vida estaba resurgiendo a pasos agigantados en los desechos de comida, sin explicarse del todo cómo alguien de su edad vivía como quinceañero.
Por lo que, sin más, ingresó a la cocina con toda confianza, y tomando un bote con trapeador, se los entregó al más alto.

¿Qué, para qué quiero esto? —miró con rareza el mexicano aquéllos utensilios, que rebosaban en telarañas y polvo.

Limpiaremos ahora mismo —exclamó con seriedad. —No podemos charlar a gusto en un ambiente con tan escasa salubridad —tomó una escoba y recogedor. —Descuida, sólo será una pequeña limpieza general.

¿Eh? —hizo un puchero el moreno. — Pero así ‘tá bien, aún no me pica tanto la piel —agregó, con obvias intenciones de dimitir.

No, al parecer México-san necesita que se le arree para que viva en un hogar honorífico —le miró fijamente. — ¿O acaso Nikté-san piensa desobedecer una petición de su tío? —en algún momento, cualquiera podría jurar que esos ojos eran más terroríficos que los de Rusia, siendo levantado después de un maratón Lupe-Reyes.

¡P-Pero cómo crees, tío Japón! —dijo, con un nerviosismo letón [¿?]. — ¡Dejaré que me eches una mano! —añadió, buscando hecho bala las cosas para limpiar, que sabía bien que existían, pero no sabía dónde estaban exactamente.

Y lo que iba a ser una “pequeña” limpieza, acabó en una reconstrucción completa [¿?], donde terminaron higienizando hasta el más pequeño rincón de la casa, por dentro y fuera [sí, a pesar del aguacero]. Y lo peor, el japonés daba órdenes que bien podrían quedarle a una abuela, porque eran de ésas que, por más que te recargues en la pared, no puedes ignorar e irte.

Ya era cerca de las 8 de la noche, y después de haber malgastado el día [desde el punto de vista de México], el sitio quedó rechinante de limpio, pareciendo incluso un lugar decente [¿?].

Mientras el asiático miraba su “obra de arte”, el pobre latino estaba más que hecho caca en el suelo, agotado y hambriento.

¿Lo ves, Fu sang-san? Nada te cuesta tener tu casa pulcra, como debe ser —suspiró largamente, acomodando todo en su sitio.

Y-Ya me fijé, tío… —musitó lastimero el aludido. — Ahora, ¿podríamos echar ésa platicadita y comer algo…? —pidió con ojos de cachorrito a medio morir.

Está bien, Nikté-san se lo ha gana… —un sonido de su celular le interrumpió, a lo que atendió la llamada al momento, colgando en instantes. — Lo siento, México-san, pero Yao-san llamó para recordarnos que mañana tenemos una junta de la Cuenca del Pacífico; así que debe ir a dormir temprano, y alistarse al alba para tomar el vuelo hacia Beijing —dicho esto, lo llevó casi a empujones hacia su cuarto, como niño chiquito.

¡Pero tío Kiku…! —hizo berrinche, pero obviamente, no pudo hacer mucho por evitarlo.

Ah, por cierto —le entregó una montaña de documentos. — Debe tener listos éstos folios para la junta de mañana, recuerde que era su turno de ordenarlos —finalizando, cerró la puerta, dejando a un mexicano llorando de desesperación…

Al día siguiente, ya en camino hacia la junta, un fresco e imponente Japón acomodaba un poco su corbata. Buscaba con la mirada a alguien en especial, en lo que alguien más le daba alcance.

¡Japón, aquí estoy-aru! —saludó el chino desde la lejanía, acercándose poco a poco.

Ah, buenos días, China-san —reverenció, finalizando su búsqueda. — ¿Han venido el resto de los países a tiempo? —inquirió, revisando una pequeña lista.

Sí,-aru, todos los que me tocaba traer ya están aquí-aru —exclamó orgulloso, aunque bien tuvo muchos problemas en hacer que algunos hicieran siquiera acto de presencia. — Por cierto, ¿dónde está el pequeño Fu sang-aru? —dijo, mirando que no estaba por ningún lado.

Ah, él está por llegar solamente…— se vio interrumpido por la lejana presencia del latino. — Ah, mire China-san, ahí está —señaló con una pluma.

Qué bien-aru, bienve… —no pudo finalizar su frase, cuando se percató del estado del mexicano, quien estaba por ser abordado por un pobre coreano despistado.

¡Hola, pequeño México-daze! —saludó el asiático, tratando de revolver sus cabellos, con su amplia sonrisa.

¡Házteme mucho a la…! —de un puñetazo de película, lo mandó por los aires, casi incrustando su cabeza en el techo.

¡Pero qué te hice, da ze…! —y esas fueron las últimas palabras del chico, antes de caer desmayado, golpeándose por la caída, recibiendo por partida doble.

¡Q-Qué le pasa a Nikté-aru…! —se alarmó un asustado Yao, ya que hasta Ivan marcó su distancia para con él, pudiendo notar todos aquélla aura maligna que emanaba de él [a excepción de Alfredo, que se dio cuenta cuando visitó los cielos sin cohete, igual que Yong Soo].

No me lo explico en absoluto… —suspiró largamente Japón, dando un sorbo a una bebida caliente…


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Disclaimer: Los personajes de Hetalia NO son míos, sino que le pertenecen a Hidekaz Himaruya.
El diseño de México le pertenece a Nadiezda de DA.

Lo único mío es el nombre: Juan Nikté Xoconostle Hernández [ahí me dicen si quieren que les explique el porqué del nombre ^^].

Toda persona, situación, lugar o experiencia fueron tomados para relatar una historia ficticia. Cualquier parecido con la realidad puede o no ser mera coincidencia. Algunos nombres fueron cambiados para hacerlo más divertido al público.

sábado, 16 de julio de 2011

Capítulo 3: любить меня

Siempre lo mira, doblando la vuelta de la esquina, mientras sus pasos hacen música al levantar el polvo. Siempre lo observa, mientras en la cafetería sostiene una taza de café caliente. Jamás aparta su vista de él, admirando la triste melodía que sale de sus labios al sonreír.

Llevaba años con la misma rutina, mientras los cabellos rubios se ondeaban a veces en un compás fugaz. A través de las estaciones, del frío imperante a simple vista. Le sigue a través de la vitrina, con su mirada amatista, como vigilando que aquél azabache se pierda en los caminos.

Permanece en silencio, en su mismo sitio, sin más ocupación que beber su líquido caliente, que apenas y puede sostener en manos. No importa si era una lata o taza, no tenía más remedio que sostenerla.

Se fue quedando sin más actividades con el paso del tiempo, solamente dedicando su libertad a admirarle de lejos. Se siente cansado, entristecido, pero lo olvida todo cuando le ve sonreír, como si le cantase al mundo entero.

Interpreta aquélla melodía con el movimiento de su cuerpo, nadie más que él la conoce; es un sonido que llega a sus oídos, sintiendo que el "mundo" es él.

La balada de sus pies correr, saltar, caminar, solamente influye en la aparente cordura de aquélla muñeca, que le mira siempre, reflejando su oscuridad en la vitrina, observándole con cierto temor.

El ritmo aumenta cada que el semáforo cambia a verde; nunca le ha gustado cuando eso pasa, nunca se aburriría del rojo pasivo, y a veces el amarillo de su alegría, cuya sonrisa sigue tocando.

Pero se cierne la noche sobre él, por primera vez en todo ese tiempo…

En la lejanía, la canción se escucha distorsionada, alguien estaba haciendo interferencia entre aquél gesto y su fiel escucha.

Un par de ojos esmeraldas es la causa, ya que sostienen aquélla mano cálida, y provoca que se vaya haciendo más inaudible la tonada.

El rubio ya no podía escucharla más, aquélla hermosa música estaba siendo dedicada a alguien más de "su" mundo.

No pudo sostener más su bebida, se había vuelto fría, como aquél cristal que empañaba. Lo único que emanaba calor en él, eran las lágrimas que rodaban por su pálida piel.

Ahora, aquélla balada era acompañada de un sollozo inaudible; ya no existía más aquélla melodía en su andar, solamente eran pies que levantaban polvo, y la sonrisa era simplemente eso, un gesto más, que sólo dedicaba al estorbo.

Se dio cuenta que era sólo una muñeca vacía, esperando ser adquirida detrás del escaparate, con una mirada aterradora.

Ya no estaba la canción que le daba un alma, se la habían arrebatado enfrente de él. El rompecabezas había sido destrozado, y la bebida se enfrió.

No tenía opción, no quería ser abandonado, en la insonoridad de la noche fría…

Apenas era el amanecer, y miró como "su" cantante esperaba de nuevo, a que el semáforo le diese la tonada correcta para continuar. No lo pensó mucho, por primera vez en años, aquél cuerpo impasible cobró vida, y salió de la tienda, ahora la muñeca era la que empezaba a cantar.

Sacó un arma, y un réquiem mortal interpretó. Tres disparos sonaron, y la sonrisa del rubio finalizó aquélla balada homicida.

Miró cómo la música se apagaba, haciéndose cada vez más débil. La interferencia corrió en forma de líquido rojo, desvaneciéndose en la fría nieve.

La marioneta sólo quería atención, que el cantante la comprase, y le interpretara la música que por mucho tiempo le dio calidez.

Ahora será llevada a una "casa" más solitaria, donde nunca más podrá ser puesta a la venta, donde siempre tendrá qué sostener su bebida caliente, mientras decora su pared con la siguiente esquela:

"Joven ruso asesina a estudiante mexicano. Nadie supo el motivo, solamente se declaró culpable de todos los cargos, renunciando a sus derechos constitucionales.

Después de una minuciosa investigación, se descubrió que el occiso jamás conoció a su atacante, así lo confirmó su pareja, el español radicado en Rusia, llamado Antonio F. Carriedo…"

Cada noche, cada helada madrugada, un silbido es dedicado al mundo de "él", simulando aquéllas hermosas tonadas del moreno; siempre llegará a sus oídos, está sólo, pero sabe que no terminará aún; ¿arrepentimiento? No sentía nada por el estilo, sólo un poco de cansancio, su triste balada apenas empezaba.

— Ámame…



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Disclaimer: Los personajes de Hetalia NO son míos, sino que le pertenecen a Hidekaz Himaruya.
El diseño de México le pertenece a Nadiezda de DA.

Lo único mío es el nombre: Juan Nikté Xoconostle Hernández [ahí me dicen si quieren que les explique el porqué del nombre ^^].

Toda persona, situación, lugar o experiencia fueron tomados para relatar una historia ficticia. Cualquier parecido con la realidad puede o no ser mera coincidencia. Algunos nombres fueron cambiados para hacerlo más divertido al público.

Advertencia: ligero angst, AU, bastantes frikeces inspiradas en "Love Me" [ending Yami no Matsuei/The Hong Kong Knife], además de ligera mención de mexspa/spamex [dependiendo de por dónde lo mires].

*любить меня [lyubitʹ menya]: ámame en ruso.

martes, 5 de julio de 2011

Capítulo 2: De visas y otras madres

En la calma apacible de su casa, se encontraba un tranquilo Canadá, disfrutando del ambiente; aunque no muchos conocidos lo visitaban, le gustaba pasar ratos apacibles, sin tener qué estar aguantando la voz chillona de su hermano, o el vivir en la invisibilidad eterna.

Sin embargo, alguien toca insistentemente la puerta. No teniendo opciones, se dirige hacia ella, desconociendo al sujeto que llamaba.

¡Hola, Mateo! —saludó un animado mexicano, dándole un buen palmazo en el hombro.

Ah, bonjour John— correspondió el canadiense, haciéndolo pasar. — Dime, ¿qué te trae de nuevo a mi casa? Últimamente has venido más de lo normal —exclamó, mirando qué podría servirle a su invitado. — No es que me moleste, sólo se me hace inusual, ya que vivimos un poco lejos.

Lo sé, es que a veces en casa de Alfredo las cosas se ponen bien difíciles, no deja chambiar a gusto —dijo, sentándose en una silla. — Y también para despejarme un rato, las cosas han ido mal en casa.

No sabes cómo lamento saber eso —exclamó, dándole un poco de té. — Aunque por aquí las cosas tampoco están muy bien que digamos —opinó, calentando unos hot cakes en el microondas.

¿Y eso porqué? Es raro que tengas algún pedo —le miró con extrañeza, bebiendo un poco.

Nada, es sólo que siento que mi casa está muy diferente ya —suspiró largamente. — Hay muchos extranjeros residiendo, y aunque no me molestan en absoluto, el recibir tantos en tan poco tiempo, hace que me cueste asimilarlo —dijo, dándole el dulce en su plato, ya bañados en diferentes líquidos.

Lo sé, a mí también se me hace raro ver a mami China y tío Corea paseándose por aquí frecuentemente —comió un poco de los panqueques. — De hecho, hace poco celebraron su Año Nuevo, y créeme, me sentí en un hutong al mejor estilo de las pelis de Jackie Chan —rió un poco por tal comparación. — A mi casa no van tanto, pero me pondría un poco de cabeza ver si cambiara tanto a como dices.

¿T-Tú lo crees? —le miró Canadá, más relajado. — Aunque lo peor es que pidan refugio, cuando me he dado cuenta que la mayoría sólo mienten, para quedarse —suspiró largamente. — No me molesta abrirles las puertas de mi casa, pero usar ése medio para quedarse… —musitó, comiendo un poco.

Lo sé, pero no creo que debas de dejarte —palmeó su espalda el mexicano. — Tienes qué darte a respetar, diles lo mucho que se pueden ir a la chingada con sus mentiras y falsedades —le animó. — No dejes que se aprovechen de ti, demuéstrales lo chingón que eres.

T-Tiene razón John —respondió el rubio, algo cohibido por el lenguaje tan singular [por no decir pelado]. —Eso debo hacer, y creo que lo haré ahora mismo —se levantó de su asiento, ya más animado.

¡Eso! —le acompañó el moreno. — Y en fin, mejor le llego a mi casa, ‘pa dejarte trabajar a gusto —dijo, yendo hacia la salida.

Gracias por el apoyo, Mexique —sonrió, acompañándolo. — Por cierto, ¿cómo es que John viene tantas veces a mi casa? —ladeó un poco la cabeza, confundido.

Ah, eso —dijo, poniéndose un ligero suéter. — Namás dije que me estaba persiguiendo el cártel de los Zotes, ¿por qué? —preguntó con naturalidad.

No, por nada, John —rió un poco nervioso el canadiense. — S-Será mejor que Mexique vaya pronto a casa, o perderá el vuelo —sugirió, tratando de calmarse.

Lo sé, ¡ahí nos vemos! —se despidió, sonriendo ampliamente.

Varios días después, el mexicano estaba en casa bastante aburrido; sin más, comenzó a ver un poco la tele, mucho muy ocioso.

Creo que mejor me doy una escapadita a casa de Mateo… —dijo para sí, levantándose un poco.

Sin embargo, alguien toca la puerta. Va hacia ella, y ve que un cartero le hacía entrega de una misiva. La abre, leyéndola detenidamente; poco después, un aura mexicana [¿?] le rodea intensamente, prácticamente destruyendo el papel con ella.

Hola, Mexique. ¿Cómo has estado?

Aquí las cosas han ido mejor, y no sé cómo darte las gracias por tu apoyo y consejo, en verdad me ha resultado mejor. Espero poder agradecértelo pronto, así que quiero invitarte a mi casa a comer hot cakes, y pasear por las montañas nevadas si tú quieres. Ya verás que nos divertiremos mucho.
Con cariño, Canadá.

P.D. A partir del 13 de julio, tendrás que tener permiso [visa] para entrar al país. Así que procura tramitarlo pronto.


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Y bueno, hasta aquí la segunda parte; el próximo "capítulo" no tendrá qué ver con algún suceso o algo parecido, solamente será una fumada dedicación especial a una gran amiga, que se lastimó hace poco y no puede estar aquí con nosotras. Desde acá, te mandamos tus fans y yo un gran abrazo, Kary [KariDeiUchiha]. La siguiente entrada va dedicada especialmente a ti, de tu pareja favorita, espero que les guste a todos, al igual que seguramente a ella.

Disclaimer: Los personajes de Hetalia NO son míos, sino que le pertenecen a Hidekaz Himaruya.
El diseño de México le pertenece a Nadiezda de DA.

Toda persona, situación, lugar o experiencia fueron tomados para relatar una historia ficticia. Cualquier parecido con la realidad puede o no ser mera coincidencia. Los nombres pueden o no haber sido cambiados para satirizar.