sábado, 25 de junio de 2011

Capítulo 1: En el País de No pasa Nada

Sentado en una banca, viendo las nubes pasar, se encontraba México tirando barra, esperando a que alguien llegara. Por lo usual él era quien llegaba tarde a todos lados, inventándose las excusas más estúpidas e increíbles del mundo. Suspiró largamente, cuando escuchó que alguien corría con mucha prisa, oyéndose su respiración agitada a la distancia.

¡Disculpad, Juan…! —gritó un apurado español. — ¡El despertador no funcionó de nuevo! —llegó hacia donde el moreno, apoyando su peso en las rodillas.

Ya te dije, cómprate otro y tira ése, que lo tienes desde la Edad de Piedra —se quejó el aludido, dándole ligeros palmeos en la espalda.

¡No es tan viejo! ¡Que lo haya comprado hace 50 años no quiere decir que sea basura! —espetó el oji-verde, mirándole mal.

Si tú lo dices...— rodó los ojos con fastidio el mexicano. — Y bien, ¿ya podemos irnos? —metió sus manos a los bolsillos, con cierto fastidio.

Jo, menudo malhumorado sois…— correspondió el gesto, haciendo el ademán de seguirlo.

Caminaron varias cuadras, platicando y demostrando una hipocresía digna de una buena película —o en su caso, telenovelas-culebrones—.

Con cada comentario se tiraban los trastos mutuamente: que si uno había sido un desalmado, que si el otro era un viejo claustrofóbico, entre otras bellezas.

Finalmente, después de miradas de muerte y sonrisas asesinas, llegaron hacia su primer destino. Se trataba de un restaurante, ya que ambos estaban muriéndose de hambre. Pero no contaron con las peripecias del país de no pasa nada…

¡Oíd! —estampó con rudeza el español sus manos en la madera. — ¡Os había hecho reservaciones desde hacía una semana! ¿Cómo que por un “error” no estamos registrados? —pidió explicaciones un furioso castaño.

Ya déjalo así; total, ni que estuviera tan bueno— suspiró el moreno, tomándolo del hombro y llevándoselo de ahí.

De reojo, pudo ver el europeo que una pareja llegaba al recinto, y les habían sentado justo en la mesa donde, se suponía, estarían ambos comiendo.

¿Quiénes son esos gili?inquirió España.

Ah, el señor es el primo de la comadre de la esposa del tío de la vecina del cuñado del sobrino del gobernador— exclamó México, mirando apenas a los aludidos. —La otra, sepa quién será.

Ah, ya veo…—asintió Antonio, exhalando largamente.

Después de terminar comiendo en la fonda favorita del mexicano —porque después de un mortal piedra-papel-tijeras el español salió perdiendo—, se encaminaron hacia una exhibición de pinturas. Llevaban más de hora y media haciendo fila, la cual se movía cada que se despertaban de una “ligera” siesta.
En uno de los cabeceos, el español nota que el sujeto encargado de la entrada dejaba pasar a cierta gente, que obviamente no estaban perdiendo el tiempo como ellos haciendo cola. Se dirigió hacia el acceso, hecho una furia.

¡Por qué coño estáis dejando pasar a esos majos! ¡Que se formen, como todos! —se quejó, obteniendo una mirada sombría del guardia.

Son mis cuates, y si quiero puedo mandarte a que te manden a callar esa boquita, cabrón—amenazó el tipo.

¡Os haré una queja, iré a interponer una denuncia con el encargado de la exposición! —advirtió Antonio, sin amedrentarse.

Hazlo, enano, al fin que el dueño es mi compadre de parranda— sonrió majadero, obteniendo una mirada más que maligna del castaño.

Despertando por el alboroto, finalmente Juan se dio cuenta de los problemas que estaba buscando el español. Yendo hacia él con rapidez, se lo lleva de ahí, recibiendo la ola de palabrotas y algunos golpes provenientes del menor. Abordaron un auto, que había pedido el más viejo para ambos, viendo que era más que imposible tener una visita diplomática decente por el momento, dado el estado emocional de su convidado.

No eran ni las cuatro de la tarde, y el pobre cobrizo quería asesinar a medio mundo. Mientras tanto, el moreno era quien apechugaba con los humores del europeo. Se lamentaba profundamente, extrañando la época en que podrían arreglar todo con dos o tres plomazos —aunque al parecer, ya estaban retrocediendo a aquéllos años, pero de forma más arcaica—.

¡Realmente esto es inaudito! ¡Cómo sois capaces de vivir en un país así! —espetó Antonio, conduciendo como alma que lleva el diablo, mucho muy rabioso.

Oye, que el tuyo tampoco es miel sobre hojuelas— miró mal México, realmente echaba de menos el asunto de solucionar todo con un duelo a muerte.

¡Os juro que si vuelve a pasar lo mismo, cogeré a esos tíos de las bolas y los…! —ahogó su rabia España, apretando el volante, dejando marcas en él.

¡Cuidado con la moto, pendejo…! —señaló Nikté, mirando que iban directo hacia la mierda.

¿Qué? —sin tener tiempo para reaccionar, el español sólo miró cómo impactaban de lleno.

Por suerte, la moto estaba sin pasajeros, estacionada tranquilamente sin molestar a nadie. Sí, así de distraído iba el español.

Bajaron ambos, aparentemente ilesos; miraron que habían dejado peor que santo Cristo el inocente vehículo, y no tardaron en escuchar la sirena de policía en las cercanías.

¡Ay Dios, porqué nos odias tanto! —se lamentó el español. — Ahora tendré que ir a la cárcel —siguió chillando, muy metido en su drama personal.

¡Dilo por ti, pero cállate! —dijo México, dándole un merecido zape a España, para que dejara de quejarse.

Mirando que un policía descendía, se apresuró Juan a ir hacia él. Después de echar una “plática”, el oficial los dejó ir, sin más preguntas ni diálogo.

Antonio no podía creerse la suerte del mexicano, y se quedó pensando en ello el resto del trayecto. Cuando el día finalizó, y el moreno fue a dejar al hotel al español, ése no pudo resistir la curiosidad.

Oye, Juan, ¿puedo preguntaros algo? —lo abordó, antes de que éste huyera.

Con confianza, gachupínasintió el mexicano.

Bueno…—carraspeó un poco ante aquél término que jamás terminó de gustarle. — ¿Cómo fue que habéis logrado que el agente no levantase la multa? —fue directo al grano, esperando una respuesta sincera.

La razón es obvia…—susurró, metiendo sus manos en los bolsillos— Es que no chocaste, te chocaronsonrió el mexicano, sacando una sonora carcajada del español.

Ya, si no me queréis decir, habrá tiempo de hacer que os lo confieses— exclamó, despidiéndolo y yendo hacia su habitación.

Cuando apenas el europeo iba a disfrutar de la comodidad de la cama, tocan a su puerta. Un botones le entrega un sobre, a lo que España lo lee con detenimiento.

Poco después, arruga el papel con furia. Ocultando la mirada bajo el flequillo unos momentos, un aura asesina se posesiona del castaño.

¡MÉXICO…! ¡ESTA OS LA VAS A PAGAR CARO…! —gritó con tremenda voz, haciendo trizas el papel.

Muy lejos de ahí, cierto mexicano se echaba a un sillón, para ver la televisión un rato.

Espero que me pague el favor que le hice…— exclamó para sí, mirando la programación con cierta pereza…


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Hasta aquí el capítulo "uno"; gracias a las personas que me están siguiendo en el principio de las peripecias de éstos singulares personajes, y a los que me han dejado comentario; y por supuesto, a los que se tomaron la molestia de leer éstas pendejadas líneas.



Disclaimer: Los personajes de Hetalia NO son míos, sino que le pertenecen a Hidekaz Himaruya.
El diseño de México le pertenece a Nadiezda de DA.

Toda persona, situación, lugar o experiencia fueron tomados para relatar una historia ficticia. Cualquier parecido con la realidad puede o no ser mera coincidencia.

sábado, 18 de junio de 2011

[Un día en nuestra vida...] [Capítulo 0]


Un día como cualquier otro, eso podría decir un cualquiera. 
Bueno, excepto si ése cualquiera era México...


10 de la "madrugada". En la entre... digo, la Ciudad de México. Un día por demás espléndido. Los pájaras trinaban con singularidad, los niños corrían presurosos hacia la escuela, mientras los adultos sufrían otra crisis de estrés debido al tráfico o empleo —que por lo usual, o era mal 
remunerado o demasiado exigente—.


En un cuarto por demás hecho una desgracia, el cuerpo perezoso de un mexicano se removía. Sus ojos, llenos de lagañas, parecía que los hubieran pegado con resistol 5000, impidiéndole ver más o menos decentemente. Revolviendo sus cabellos, un sonido gutural salió finalmente de sus labios.


¡Chingada madre! ¿Qué nadie puede jetearse a gusto ni en su propia pinche casa? —gritó con furia, aventando el despertador hacia la pared, en cuyo pedazo de piso yacían restos de antiguos relojes, que habían sufrido la misma suerte.

Con todo el esfuerzo del mundo, logró echar un bostezo —que mejor dicho, parecía un rugido de león— que bien podría acabar con toda vida semi-inteligente en diez kilómetros a la redonda.

Sorteando los obstáculos —digo, debe de nombrarse de alguna manera el chiquero y medio que había en su cuarto—, logró bajar a duras penas las escaleras, rodando los últimos veinte escalones, soltando un montón de madres a diestra y siniestra, fulminando con la mirada a todo ser vivo que se atreviese a reírse aunque fuese un poco.

Finalmente pudo arrastrarse hasta la mesa, donde reposaba un buen par de huevos rancheros, con su guarnición de frijol refrito recién salido de la olla, con mucha salsa recién hecha y mucho muy picosa, y en un tortillero se podía percibir el olor de aquéllas tortillas también recién hechas. Y como siempre, una buena taza de café con leche y pan de dulce completaban aquél cuadro tan delicioso…

12 de la tarde. Demasiado aburrido en su casa, decide salir un rato a disfrutar de las calles capitalinas. Aunque ni bien abre la puerta, un copioso cuadro de tos le fastidia.

¡Oh, que la…! —se queja, cubriendo su rostro con un pañuelo. — ¡Pinche contaminación hija de la fregada, ya bájenle al uso de las carcachas…! —siguió con sus reclamos a la nada, provocando las risas discretas de todo el que le escuchaba o veía.

Prosiguió su marcha, pero a los cinco segundos una ráfaga de disparos sale volando, causando que nuestro mexicano se tirara al suelo pecho tierra, cubriendo su cabeza con una coladera—que sólo sabrán los dioses y él de dónde sacaron—.

¡Mugre cártel de los “Zotes”, no dejan rolear en paz nunca…! —volvió a ponerse en pie, limpiando la ropa de su suciedad [¿?], tratando de disfrutar del ambiente citadino.

Una idea llegó a su mente; sacando unos cuántos pesos, decidió ir a visitar el Bosque de Chapultepec. Tomó el metro, y ya cuando estaba en las afueras, después de los apretujones, el olor insufrible a sudor y exceso de perfume y/o desodorante chafa, se dispuso a ir…
2 de la tarde. En las afueras del Bosque de Chapultepec.

¡Qué mierda…! —gritó una vez más, echando truenos, rayos y centellas por aquélla boca más que sucia. — ¡Putos, me volaron la cartera de nuevo…! Bueno, mejor me doy de santos que salí casto y puro de ahí [¿?]—suspiró largamente, no viendo remedio a la situación.

En su camino de regreso a casa, una banda de maleantes le sale al paso. Las armas le apuntaban con recelo, y aquéllas telas que les cubrían la cabeza no hacían más que intimidar a los presentes.

¡Órale, cáile con la lana...! —exclamó el caco, en actitud amenazante.

Mira, mocoso…— la mirada rojiza del mexicano se volvió negra, y un aura más que rusa [¿?] le rodeaba. — En todo el pinche santo día me ha ido de la verga, así que te agradecería que te fueras a chingar a tu puta madre, de todos modos no tengo ni una sola porquería qué ratearme— aclaró, provocando que los ladrones huyeran despavoridos, junto con toda la gente que les miraban.


8 de la tarde. De nuevo en su casa.


Cansado, con hambre, y demasiado encabronado, finalmente el pelinegro arribó a su casa. Se desplomó como costal de papas sobre su cama, sin importarle que el chiquero siguiera ahí.

Ya cuando estaba dispuesto a descansar un poco, el celular comienza a sonar con insistencia. Removiendo cielo, mar, tierra y cochambre interminables [¿?], da finalmente con el dichoso aparato, cuya localización a final de cuentas era en el pequeño buró al lado de su cama, debajo de una bolsa de papas a medio terminar, y restos de platos con algunas migajas de comida.

¿Bueno…? —exclamó, con una voz bastante apachurrada.

¡Privyet, México! —saludó del otro lado un ruso alegre. — Lamento haberte llamado hasta ahora, unos asuntos me mantuvieron ocupado— se disculpó, con su clásica voz adorable. — Y bien, ¿cómo has estado?

Bien, un día normal…—dijo México con una sonrisa, recostándose a disfrutar de aquélla llamada…


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Y hasta aquí el capítulo "cero"; es una pequeña introducción a lo que trataremos en cada drabble/one-shot de México por lo cual no está justificado que se aburran[¿?]

¡Desde ya, muchas gracias por leernos!

Disclaimer: Los personajes de Hetalia NO son míos, sino que le pertenecen a Hidekaz Himaruya.
El diseño de México le pertenece a Nadiezda de DA.

Toda persona, situación, lugar o experiencia fueron tomados para relatar una historia ficticia. Cualquier parecido con la realidad puede o no ser mera coincidencia.