viernes, 5 de agosto de 2011

Capítulo 5: Poniéndole la Madre a Rusia

Un día en la cada vez menos fría Rusia. El termómetro marcaba 25 grados Celsius, y la gente iba y venía con ropa veraniega. 

En eso, un cierto mexicano bajaba con lentitud del avión, siendo el único que estaba arropado hasta la… conciencia.

— ¡Pinche calentamiento global, me cae que está dándole en la madre al mundo entero! —se quejó con mucha notoriedad, echando la ropa extra como si nada al suelo, caminando hacia el baño.

Poco rato después, salió con indumentaria más acorde al clima, cuidando de que sus acompañantes [que, en ésta ocasión, era su jefe de a mentis [¿?]] hubiesen recogido todo y puesto en las maletas.

A la lejanía, alcanzó a ver cómo un ruso por demás conocido le esperaba, con pancarta en manos, donde estaba escrito un “¡Bienbenido, Meksika!”. Al momento, se acercó hacia él, palmeando su hombro como buenos machos que eran, sacándose los pulmones mutuamente.

— Mugre Ruskie, de veras que tengo qué enseñarte a escribir mejor español —sonrió con picardía, llamándole por el mote favorito de turno.
— Lo siento, México-kun —se disculpó, riendo un poco nervioso. — Prometo escribir mejor para la próxima, así que estudiaré más duro, да —añadió, bajando el letrero.
— No te fijes —tomó el pedazo de cartón, y sacó un plumón del bolsillo. — Es de humanos escribir “Bienbenidos” en vez de “Vienbenidos —encimando las letras, “corrigió” el error.
—…Como Nikté-kun diga, да —ya se había dado cuenta que el mexicano tampoco estaba siendo muy acertado en su afirmación, pero hacerle entender era lo mismo que, por ejemplo, lograr que dejara de beber vodka por un año entero. — ¿Quieres ir a mi casa? ¡Seguro ahí podrás descansar y comer mejor, да! —le ofreció, cediéndole el paso.
— ¡Ya vas! —asintió, con un rugido de estómago acompañándole. — La comida de avión es una porquería, y ya a nadie dejan jetearse a gusto, ¡ni que fuera tan malo ocupar tres asientos pa’ dormir, chingado! —se quejó, recargando sus manos en la nuca, usándolas como soporte.

El europeo solamente se limitó a suspirar largamente, mirándole con un poco de resignación, sin desdibujarse su sonrisa en lo absoluto.

Las horas dieron paso a la noche, y el frío característico comenzaba a intensificarse. Lo bueno: estaban dentro de la casa del ruso, disfrutando un buen momento. Lo malo: la bebida estaba agotándose a niveles demenciales. Lo feo: eran los únicos ahí.

Mirándose cara a cara, departiendo entre ellos las experiencias, chistes y albures más gastados e ingeniosos que recordasen, riendo como auténticos locos, pero sin molestarse en serio. El tiempo había pasado, pero al parecer, su aparente amistad no había mermado.

— ¡Y qué me dijo: piripitifláutica! —se carcajeó con mucho ánimo el americano, traduciéndole a gran detalle unos vídeos que estaban siendo la sensación en su casa últimamente.
— ¡Qué divertido, да! —en el sillón de enfrente, cierto rubio se doblaba de risa, llorando a lágrima viva, sin saber cómo contener su ataque.
— ¡Y no te he contado todavía nada! —advirtió, tomando la botella de vodka, con intenciones de darle un buen trago. — Achis, ¿pus qué pasó? —agitó el vidrio de arriba hacia abajo. — Ya se me acabó el chupe.
— C-Creo que a mí también, да —miró a través del cristal de su garrafa, con el mismo resultado.
— Mierda, pus mañana le seguimos —se levantó con cansancio, tratando de mantener la vista fija. — Hasta mañana, Ivanchi —hizo el ademán de despedirse, agitando su mano.
Нет, México-kun se quedará con Rusia en su cuarto, да —exclamó animado, levantándose igual, abrazándolo por la espalda.
— Chale, Ivan… —rascó su nuca, un poco mareado. — ¿Qué por una vez no podemos tener una visita normal sin que acabe en un encamazo—reprochó ligeramente, chasqueando ligeramente la lengua.
 Нет —respondió simple, tomándole por la cintura. — Son pocas las ocasiones en que puedo tener un momento a solas con Nikté-kun, y no pienso desaprovecharlas, да —susurró en el oído del moreno, haciendo chocar su alcohólico aliento contra la piel. — Además, México-kun es una nación favorecida para Rusia, да —añadió, mordiendo ligeramente el lóbulo. — ¿Rusia no lo es también para Juan-kun…? —suspiró largamente, bajando aquéllos roces lentamente.
— O-Obviamente… —sabía que era inútil resistirse a ésa linda y amable voz, por lo que, simple y sencillamente, cedió ante las caricias. — Y no me llames “Juan”, que no eres cualquiera… —musitó, permitiendo que el europeo le quitase poco a poco la camisa…

El tiempo pasó, convirtiendo la noche gélida en algo mucho muy ardiente para ése par, regalándoles una noche de amplia diversión.
5 A.M., y entre sueños los ojos del mexicano se abrieron. Miró a su alrededor, y se dio cuenta que era su “habitación especial”, una especie de cuarto que solamente Ivan y él podían ocupar.

Bueno, sabía que existían más, a nombre de otras naciones, pero no era nadie para recriminar o protestar algo; ya que, en primera, no era nadie para limitar la vida sexual del europeo. Y segundo, porque no le importaba demasiado con quién durmiera la noche anterior, o la siguiente. Mientras respetasen sus límites, podían seguir viéndose cuanto pudieran y quisieran.

Eso exactamente, sin sentimientos más allá del aprecio mutuo, y de parte del mexicano no era tan difícil, no desde aquéllos días…
Echó nuevamente un vistazo a toda la recámara. Ciertamente, había muchas referencias hacia su país; no le sorprendía, el ruso tuvo sus períodos de locura mexicana, al igual que él respectivamente. Fotos, cuadros, muchos adornos por todos lados. Sin duda, de no ser porque se encontraba a miles de kilómetros, juraría que estaban en su casa.

Sentándose un poco, comenzó a encender un cigarro, tomándolo de la mesita de noche. Por suerte, aún seguía dormido el pequeño Ivan, con su sonrisa y aura apacibles.

Apenas y rozó delicadamente sus cabellos, no quería hacer algo que le despertase. Vio mejor la mesa, y pudo alcanzar a percibir una pequeña pintura, mucho muy vieja. La tomó en manos, y se dedicó a contemplarla. Los recuerdos venían a su mente, perdiéndose dentro de ellos.

— ¿Qué hace México-kun? —susurró un adormilado ruso, tallándose los ojos.
— Lo siento, ¿el humo te molesta? —descansó el cuadro en su regazo, apagando el tabaco.
— Нет, no tengo problemas con eso, да —imitó al mexicano, quedando recargado sobre la amplia cabecera. — No sentí el calor de Nikté-kun y me desperté, да —confesó sencillo, sin más pretensiones.
— Perdón, pronto volveré a la cama —dijo, dejando el objeto en su lugar.

Volvió a recostarse, dándole la espalda en ello, cubriéndose con las mantas hasta la boca. Bien pudo percibir el ruso aquél cambio de actitud tan inusual, por lo que, con preocupación, lo atrajo hacia sus brazos, sin cambiar la posición del mexicano, acariciando sus brazos con cierta ternura en ello.

— ¿A Rusia le sigue entristeciendo lo que nos pasó…? —preguntó bajo el moreno, sin atreverse a mirarlo a la cara.
—… да, como México-kun no tiene idea —hundió su rostro en los finos cabellos azabache, sollozando ligeramente, provocando que el latinoamericano se girase, abrazándose mutuamente.

Las imágenes no se iban, por más que el tiempo intentase gastarlas de sus memorias. No, ¿cómo olvidar el día en que se reencontraron, y de ése encuentro nació y murió una parte de ellos…?


[//El Blog de México-kun//]


Finales del siglo XVII, principios de la época de XVII. En la región septentrional de la Nueva España, Antonio Fernández Carriedo, junto con su colonia en América, a quien solamente suele llamar “Juan” a secas, se encontraban explorando las tierras que consideraba de su propiedad.

Si bien ambos eran contradictorios en su manera de tratarse, en aquél entonces España asimilaba que no podían vivir juntos, pero tampoco separados. Por su parte, el ahora novohispano estaba más que harto del trato que le daba el europeo, siendo poco menos que un criado a ratos, pero sabiendo de sobra cuánto dependían uno del otro [aunque, mejor dicho, cuánto necesitaba el español del futuro mexicano].

— ¿Estáis seguro de que no nos hemos perdido? —preguntó el castaño, con arma en mano.
— Que le digo por milésima vez que no, Jefe —repitió el azabache, llamando a éste último de ése modo, que aunque no le gustara, era una orden, y muy a su pesar debía cumplirla.
— Eso habéis dicho desde que cruzamos el Río Colorado, ¡y mirad, estamos en medio de la nada! —extendió sus brazos, magnificando las circunstancias.
— Entonces si es el gran genio, dirija la expedición —bajó de su corcel, y le entregó las riendas.
— ¡Ya veréis cuando consiga ubicar la ruta, joder…! —exclamó, con cierta amenaza en sus palabras.

Atinando a suspirar largamente, el moreno le siguió. Pasaron las horas, y notó que estaban realmente perdidos. Las pequeñas rabietas del europeo bastaban para delatar que así era.

— ¡Mierda! ¡Coño! —maldecía, poniéndose su cara más roja que estreñido de una semana [¿?].
— Deberíamos… —apenas iba a opinar Nikté, cuando repentinamente, un objeto muy caliente roza su mejilla, dibujando una línea carmesí en ella.

Al instante, los caballos se alebrestaron, y el español luchaba para calmarlos. Mientras tanto, Juan tomaba rápidamente un arcabuz, desplazándose velozmente entre los matorrales. Resguardándose detrás de una gran roca, apuntó rápidamente, disparando con la mayor precisión que pudiese.

— ¡Detengan el ataque, да…! —una voz suave pero firme se hizo escuchar. Al momento, las marmas bajaron, y un joven alto salió de su escondite. — ¿Кто они, да? —preguntó, manteniendo la guardia.
— ¡Soy España, del gran y glorioso reinado donde nunca se pone el Sol! —respondió con orgullo, descendiendo del equino, caminando altivo. — Debo informaros, Ivan, que éstas son tierras de la Nueva España; por ende, pertenecientes a mí —lo miró fijamente.
— да, lo sé muy bien —en ningún momento bajó la vista, y mucho menos mostró sumisión.
— Seré directo —tosió un poco el castaño. — Debéis iros pronto, sino la Corona Española tendrá que tomar medidas severas siseó con cierto tono la última palabra, dejando en claro que no era bienvenido.
— Pero éstas tierras no son tuyas originalmente, да —expresó con ingenuidad, obteniendo del otro un rechinido de dientes. — Solamente quiero lo mismo que tú, un lugar en América dónde establecerme, да —miró de reojo al azabache, sonriéndole dulce. — Добрый деньNikte-кун —reverenció ligeramente, bajando la mirada un poco.
— Buenas tardes —imitó, siendo observado por Antonio con desconcierto.
— Nueva España, ¿de dónde conocéis al ruso? —su mirada se endureció, obviamente enojado.
— Cuando me forzaste a acompañarte a tus primeras exploraciones —espetó, y si bien era mentira, sabía que con eso le bastaría.
— Sé muy bien cuáles son vuestras verdaderas intenciones, ruso —acusó. — No os conviene haceros enemigo de la gran Corona Española, recordadlo —dio la media vuelta. — ¡Vámonos, Juan! —ordenó, tomándole del brazo bruscamente, haciéndole subir al caballo.

Éste no se negó, simplemente miraba con una sonrisa al rubio, siendo correspondido por el gesto. Lo último que observó, fue al europeo despedirle con la mano, guiñando un ojo y mandándole un beso…

Un día murió, y la noche le sucedió. La madrugada se dejaba sentir, pudiéndose percibir cómo la temperatura llegaba a gélidos puntos, pero viéndose sumamente hermosa. La mirada del americano no se despegaba de la preciosa vista lunar, apenas arropándose con una manta ligera. Ya estaba acostumbrado, sólo era cosa de esperar.

A lo lejos, pudo notar cómo una figura conocida se acercaba. Su gesto sincero se ensanchó, y sacudió el polvo de su trasero, yendo hacia el encuentro furtivo.

— Creí que no ibas a llegar… —musitó ligeramente, observando que no hubiese nadie observándolos.
— Jamás podría faltar a una cita, menos si se trata de Nikté-kun, да —acarició el rostro moreno, fijando sus orbes amatistas en los carmesí.
— Ha pasado el tiempo, ¿verdad…? —susurró, y aunque su piel se estremecía por el frío, aquélla mano le daba mucha calidez.
— да… —afirmó, quitándose su abrigo, cediéndolo al mayor. — Vamos, Nikté-kun y yo debemos aprovechar, la noche es joven todavía… —añadió, pasando su mano por la cintura del azabache, haciéndole caminar a su paso.
— Lo sé… —le siguió sin más, sabía que tenían un espacio de tiempo muy reducido, pero eso lo hacía más interesante.

En cosa de minutos, llegaron a una pequeña cabaña. Era muy modesta, y apenas una pequeña vela alumbraba su interior. Había una mesa con un par de sillas, y más adentro, una sencilla cama.

No gastaron saliva en explicaciones ni disculpas, solamente dejaron que sus cuerpos hablaran por ellos.

Se despojaron mutuamente de sus ropas, mientras sus labios jugueteaban intensamente. Había pasado un tiempo considerable, así que la necesidad de pertenecer por unos momentos el uno al otro era inaguantable. Rápidamente, las manos traviesas se deslizaron debajo de los ropajes. El lecho cobró su uso con prontitud. Rusia permanecía recostado, y sus mejillas rebosaban en un encantador rojo carmesí, y el novohispano se zafaba del resto de sus ropas.

Nuevamente, sus bocas se buscaron con avidez, compartiendo algo más que un buen momento. Los dedos europeos se pasearon tímidamente por la espalda del azabache, pudiendo notar ciertos bordes; miró su mano, notando la presencia de sangre.

— ¿Nikté-kun…? —lo miró con cierta preocupación.
…No le prestes atención, no te detengas —pidió el moreno, viéndolo fijamente.
— да… —hizo caso de aquélla petición, prosiguiendo con la ronda de besos y caricias, guardándose sus palabras de aliento y promesas para cuando pudiese cumplirlas.

Los amantes se entregaron a sus más bajos deseos con vehemencia, dándole uso al último segundo que compartieron. Ninguno de ellos quedó con suficientes fuerzas, como para seguir satisfaciendo la lujuria de sus cuerpos. Solamente hasta que sintieron que iban a desfallecer, fue cuando decidieron darse un ligero descanso, para planear su siguiente encuentro furtivo.

Sin embargo, no todo podía mantenerse en secreto…

En plena guerra de Independencia de la Nueva España, un campo de batalla era escenario de un cruento enfrentamiento.

Sí, se trataban de España, a quienes los conservadores brindaban su apoyo; y México, teniendo el respaldo de los liberales, combatiendo con escasos y dispersos recursos, y aún así no tenían planeado mermar.

Poco a poco, los meses dieron paso a un lapso considerable de años. Por más que quisiera, España no podía expulsar al ruso de las tierras que aún le pertenecían. Y por más que intentó devolverle la moneda, de alguna manera salía perdiendo. Y, como si fuera una especie de maldición, su Juan intentaba deshacerse de él, proclamando la lucha de Independencia.

Mantuvo todo lo que pudo bajo observación al autoproclamado mexicano, pero éste era muy hábil para escapar. Pero no siempre la suerte le acompañó…

Año de 1812. En las lejanas tierras de la Alta California, un joven se escabullía furtivamente en la protección de la noche. Abrió con cuidado la puerta de madera, cuidando de no hacer el más mínimo ruido. Ahí, a unos cuantos pasos, se hallaba Ivan Braginski, con un semblante totalmente puro y gentil. Sus brazos, cálidos y protectores, arropaban a un pequeño bebé, quien dormía plácidamente.

Caminó hacia aquélla hermosa escena, siendo llenada con la calidez de la chimenea—puesto que el frío comenzaba a hacerse notar—, y la salud del bebé era mucho muy frágil. Se detuvo a pocos pasos, bajando la cabeza un poco.

— ¿Qué sucede, México-kun? —preguntó el ruso, mirándole preocupado.
— Lo siento… —susurró. — Estoy sucio, y lleno de sangre… —se excusó, sin atreverse a levantar la vista.
— Oh, Мексика —exclamó con suma ternura, siendo él quien daba los primeros pasos, para estrecharle con su brazo libre. — Frente a mí no muestres ése semblante, ambos hemos hecho correr la sangre de nuestros pueblos, somos parecidos en ello, да… —añadió, mostrándole a la criatura. — Creo que sacó el carácter de su padre, да —sonrió.
— Pero sacó la belleza de su madre —dijo, mirando cuán lindo era el angelito. — Tiene mi cabello, pero sus ojos son idénticos a los tuyos, y… —comparó, dándole un suave beso en la mejilla.

Sin esperarlo, un fuerte sonido casi parte la puerta. Tomando su única arma—un machete— el mexicano puso detrás de él al ruso, a lo que éste estrechaba aún más al niño, apegándolo a su pecho.

En soledad, la figura impecable del español se hace presente. La mirada que les dirigía podría haberle quemado el corazón a un humano normal. Celos, ira, lascivia, muchos sentimientos se conjugaban en uno solo, igual que con tantos otros…

— Así que por esto os agradaba tanto Rusia, ¿me equivoco? —preguntó el ibérico, sosteniendo la empuñadura de su espada.
— Eso es algo que pronto dejará de importarte, Antonio… —retó el azabache, sin apartar sus ojos rojizos de los esmeralda. — Claro, a menos que desees ensuciarte aún más la conciencia, matando a un pequeño inocente —sonrió burlón, extendiendo sus brazos. — Aquí estamos, somos todos tuyos…

Rusia miró al mexicano, bastante contrariado. No es como si los dos no pudiesen hacerse cargo del español, pero el bebé era la máxima prioridad. No podían defender o atacar igual, y no quería pensar en si llegase a hacerle algo a su criatura.

Sin embargo, pronto observaron sus ojos amatistas la reacción de España: apartó su mano, y bajó la mirada sin decir nada, mordiendo con crueldad sus labios, para finalmente salir con paso decidido.

Comprendió, sabía que el europeo podía ser capaz de todo, menos eso. Todavía quedaba un atisbo de humanidad en él. No era tan malo, después de todo…

[//El Blog de México-kun//]


El amanecer llegó, y ninguno se atrevía a pronunciar palabra. Desayunaron como era usual, apenas dirigiéndose una que otra cortesía, pero ninguna muestra de confianza.

Finalmente, Rusia tosió ligeramente, aclarando su voz.

— México-kun… ¿podríamos ir…? —inquirió, con la mirada perdida en algún punto del suelo.
…Sabes que estás en todo tu derecho, sólo deja hablo con el gringo para que nos facilite—asintió ligeramente, sin apartar su vista del periódico, que con bastante esfuerzo comprendía.

Fijó sus orbes amatistas en el mexicano, y una sonrisa hermosa se reflejó en él…

Al día siguiente, pudieron arribar hacia California —aún bajo ciertas protestas del estadounidense—. La diferencia horaria hacía estragos en ambos, pero eso no los desanimaba. Al contrario, con más prisa querían llegar ahí.

Tomados de la mano, llegaron hacia un lugar específico, llamado Sonoma. Aunque las edificaciones originales ya no existían, al menos tenían algo qué agradecer al gringo, había demostrado el suficiente respeto por un lugar especial para ambos.

Caminaron un poco por la ahora reserva, hasta llegar a una pequeña y cuidada tumba. Era blanca, y aunque el tiempo había gastado un poco la piedra, las flores que llevaban la embellecieron sobremanera.

Ambos quedaron en silencio unos minutos, rezando en sus credos individuales. Finalmente, el ruso tuvo el valor de rozar con la punta de sus dedos el sepulcro, teniendo la gentileza de haberse quitado los guantes.

No lo resistió demasiado tiempo; cuando se hubo dado cuenta, sus orbes se llenaron de lágrimas silenciosas, y su cuerpo no pudo sostenerse a sí mismo, quedando de rodillas ante la pequeña memoria.

Solamente sintió cuando el mexicano lo abrazó sobreprotector, ocultado su rostro lloroso en aquél portentoso pero amable pecho, no recordaba cuándo fue la última vez que el americano se portaba tan gentil con él.

— Извините… —musitó entre quejidos, aferrándose del moreno. — No debí haberte dejado solo tanto tiempo, pequeño… —se culpaba repetidamente, provocando que su lamento fuera en aumento.
— No, yo fui quien debió atenderlo, no te culpes… —exclamó, apresándolo con fuerza entre sus brazos. — Yo… Yo debí cuidarlo más, teniéndolo más cerca que tú, soy un mal padre… —añadió, mientras sus lágrimas escurrían con mucho dolor por las mejillas.
— Нет, México-kun hizo todo lo posible por salvarlo, a pesar de que nuestro niño era muy débil… —sonrió tenuemente, acariciando la piel del azabache, borrando los finos ríos. — ¿Sabes? Seguramente, como dice Nikté-kun, nos debe estar cuidando desde el cielo, disfrutando del paraíso, como inocente que es… —murmuró, tratando de reanimar a ambos.
— Tienes mucha razón, Ivanchi…—asintió, tocando las frías manos rusas, besándolas con cuidado. — Ven, vamos un poco a casa, debes descansar… —sugirió, ayudándole a levantarse.

Se puso de pié el menor, y dirigiéndole una última mirada al monumento, alcanzó a sonreír cálidamente, caminando al lado del que alguna vez fue algo más que un amante.

— до свидания, Крепость Россъ… —susurró por último, y su vista jamás volvió hacia atrás…


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Disclaimer: Los personajes de Hetalia NO son míos, sino que le pertenecen a Hidekaz Himaruya.
El diseño de México le pertenece a Nadiezda de DA.

Lo único mío es el nombre: Juan Nikté Xoconostle Hernández [ahí me dicen si quieren que les explique el porqué del nombre ^^].

Toda persona, situación, lugar o experiencia fueron tomados para relatar una historia ficticia. Cualquier parecido con la realidad puede o no ser mera coincidencia. Algunos nombres fueron cambiados para hacerlo más divertido al público.

sábado, 23 de julio de 2011

Capítulo 4: ¡Cuidado México, ahí viene Kiku!

Un día lluvioso, y el pobre de Kiku no se daba abasto en sortear las calles inundadas, la basura flotante, mocosos que usaban las calles como alberca personal, entre otras tantas particularidades, que solamente suceden al mismo tiempo en casa de México.

Completamente mojado hasta los calzones, un poco maloliente y sucio, tocó la puerta de la casa del mexicano, manteniendo su perfil tipo “me ves serio, pero soy friki de clóset” [¿?].

¿México-san se encuentra en casa? —exclamó para sí, siguiendo con los toquidos.

Creyendo que no había nadie, optó por volver hacia su lancha [que era el único medio de transporte en ésos momentos, dada la inundación al mejor estilo Veneciano [¿?]], un grito terrorífico se alcanza a escuchar, pudiendo jurar que lo oiría Yao sin problemas.

¡Ya voy, cómo chingan la madre a cada rato, y…!—vociferaba un muy encabronado moreno, abriendo la puerta, quedándose estático al mirar al japonés. — ¿…Tío Kiku? —solamente atinó a preguntar eso, ahora sabiendo que se lo iba a cargar la chingada. — ¡N-No es que siempre sea un malhablado, ni que tampoco grite como charro loco, es que…! —intentó disculparse, rascando su nuca con evidente nerviosismo.

Más tarde te daré clases de lenguaje y buenos modales, jovencitosentenció con seriedad el asiático. —Pero por el momento, buenas tardes, sobrino —reverenció como tal, a pesar de la incesante lluvia. — ¿Qué, no me vas a ofrecer entrar a tu casa, y un cambio de ropas, México-san? — sonrió el menor, pero se podía vislumbrar la fiereza de tigre en sus gestos.

¡C-Claro, no sé en qué ando pensando, tío! —rió nervioso. — ¡Pasa, pasa! ¡Estás en tu casa!-le cedió el paso, buscando afanosamente una toalla para que se limpiara. — ¡Caray, estás peor que cuando llegaste por primera vez a mi casa, parecías rata ahogada, y…! —no terminó su frase, porque cierto nipón le aplicó una colleja de monja.

No es necesario que entres en detalles del pasado, Nikté-san —finalmente le soltó, solamente porque necesitaba quitarse un poco aquélla desagradable sensación.

¡Ya suéltame, tío! ¡Me rindo, me rindo! —se quejaba el desgraciado oji-rojo, sobándose la zona pellizcada. — Ya, no lo volveré a mencionar —sonrió un poco masoquista [¿?].

Espero que lo recuerdes, México-san—suspiró largamente. — ¿Cómo ha estado Fu sang-san estos días? —preguntó, usando el viejo nombre que usaban en Oriente para referirse a México.

Pues bien, no me quejo, más que por los problemas de siempre —exhaló, yendo hacia la cocina. — ¿Quieres algo de beber, tío? —ofreció.

Eso es un poco triste de escuchar Fu sang-san… —susurró, reflejando un semblante de preocupación. — Lo que puedas ofrecer está bien —asintió, escudriñando con la mirada cada centímetro de la casa.

Todo estaba en un completo desorden, y podía jurar que la vida estaba resurgiendo a pasos agigantados en los desechos de comida, sin explicarse del todo cómo alguien de su edad vivía como quinceañero.
Por lo que, sin más, ingresó a la cocina con toda confianza, y tomando un bote con trapeador, se los entregó al más alto.

¿Qué, para qué quiero esto? —miró con rareza el mexicano aquéllos utensilios, que rebosaban en telarañas y polvo.

Limpiaremos ahora mismo —exclamó con seriedad. —No podemos charlar a gusto en un ambiente con tan escasa salubridad —tomó una escoba y recogedor. —Descuida, sólo será una pequeña limpieza general.

¿Eh? —hizo un puchero el moreno. — Pero así ‘tá bien, aún no me pica tanto la piel —agregó, con obvias intenciones de dimitir.

No, al parecer México-san necesita que se le arree para que viva en un hogar honorífico —le miró fijamente. — ¿O acaso Nikté-san piensa desobedecer una petición de su tío? —en algún momento, cualquiera podría jurar que esos ojos eran más terroríficos que los de Rusia, siendo levantado después de un maratón Lupe-Reyes.

¡P-Pero cómo crees, tío Japón! —dijo, con un nerviosismo letón [¿?]. — ¡Dejaré que me eches una mano! —añadió, buscando hecho bala las cosas para limpiar, que sabía bien que existían, pero no sabía dónde estaban exactamente.

Y lo que iba a ser una “pequeña” limpieza, acabó en una reconstrucción completa [¿?], donde terminaron higienizando hasta el más pequeño rincón de la casa, por dentro y fuera [sí, a pesar del aguacero]. Y lo peor, el japonés daba órdenes que bien podrían quedarle a una abuela, porque eran de ésas que, por más que te recargues en la pared, no puedes ignorar e irte.

Ya era cerca de las 8 de la noche, y después de haber malgastado el día [desde el punto de vista de México], el sitio quedó rechinante de limpio, pareciendo incluso un lugar decente [¿?].

Mientras el asiático miraba su “obra de arte”, el pobre latino estaba más que hecho caca en el suelo, agotado y hambriento.

¿Lo ves, Fu sang-san? Nada te cuesta tener tu casa pulcra, como debe ser —suspiró largamente, acomodando todo en su sitio.

Y-Ya me fijé, tío… —musitó lastimero el aludido. — Ahora, ¿podríamos echar ésa platicadita y comer algo…? —pidió con ojos de cachorrito a medio morir.

Está bien, Nikté-san se lo ha gana… —un sonido de su celular le interrumpió, a lo que atendió la llamada al momento, colgando en instantes. — Lo siento, México-san, pero Yao-san llamó para recordarnos que mañana tenemos una junta de la Cuenca del Pacífico; así que debe ir a dormir temprano, y alistarse al alba para tomar el vuelo hacia Beijing —dicho esto, lo llevó casi a empujones hacia su cuarto, como niño chiquito.

¡Pero tío Kiku…! —hizo berrinche, pero obviamente, no pudo hacer mucho por evitarlo.

Ah, por cierto —le entregó una montaña de documentos. — Debe tener listos éstos folios para la junta de mañana, recuerde que era su turno de ordenarlos —finalizando, cerró la puerta, dejando a un mexicano llorando de desesperación…

Al día siguiente, ya en camino hacia la junta, un fresco e imponente Japón acomodaba un poco su corbata. Buscaba con la mirada a alguien en especial, en lo que alguien más le daba alcance.

¡Japón, aquí estoy-aru! —saludó el chino desde la lejanía, acercándose poco a poco.

Ah, buenos días, China-san —reverenció, finalizando su búsqueda. — ¿Han venido el resto de los países a tiempo? —inquirió, revisando una pequeña lista.

Sí,-aru, todos los que me tocaba traer ya están aquí-aru —exclamó orgulloso, aunque bien tuvo muchos problemas en hacer que algunos hicieran siquiera acto de presencia. — Por cierto, ¿dónde está el pequeño Fu sang-aru? —dijo, mirando que no estaba por ningún lado.

Ah, él está por llegar solamente…— se vio interrumpido por la lejana presencia del latino. — Ah, mire China-san, ahí está —señaló con una pluma.

Qué bien-aru, bienve… —no pudo finalizar su frase, cuando se percató del estado del mexicano, quien estaba por ser abordado por un pobre coreano despistado.

¡Hola, pequeño México-daze! —saludó el asiático, tratando de revolver sus cabellos, con su amplia sonrisa.

¡Házteme mucho a la…! —de un puñetazo de película, lo mandó por los aires, casi incrustando su cabeza en el techo.

¡Pero qué te hice, da ze…! —y esas fueron las últimas palabras del chico, antes de caer desmayado, golpeándose por la caída, recibiendo por partida doble.

¡Q-Qué le pasa a Nikté-aru…! —se alarmó un asustado Yao, ya que hasta Ivan marcó su distancia para con él, pudiendo notar todos aquélla aura maligna que emanaba de él [a excepción de Alfredo, que se dio cuenta cuando visitó los cielos sin cohete, igual que Yong Soo].

No me lo explico en absoluto… —suspiró largamente Japón, dando un sorbo a una bebida caliente…


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Disclaimer: Los personajes de Hetalia NO son míos, sino que le pertenecen a Hidekaz Himaruya.
El diseño de México le pertenece a Nadiezda de DA.

Lo único mío es el nombre: Juan Nikté Xoconostle Hernández [ahí me dicen si quieren que les explique el porqué del nombre ^^].

Toda persona, situación, lugar o experiencia fueron tomados para relatar una historia ficticia. Cualquier parecido con la realidad puede o no ser mera coincidencia. Algunos nombres fueron cambiados para hacerlo más divertido al público.